sábado, 23 de marzo de 2024

 Formas de Ascenso de Rey Andújar
Reseña



Datos Generales

Título: Formas del ascenso: Estructura mitológica en Escalera para Electra
Autor: Rey Emmanuel Andújar
Editorial: Isla negra
Año: 2014
Páginas: 140




En Formas Del Ascenso: estructura mitológica en Escalera para Electra, Rey Andújar sumerge al lector en los vericuetos escriturales de los que se vale Aída Cartagena Portalatín  para confeccionar el producto literario que significó Escalera para Electra, novela que resultó finalista en el Concurso Biblioteca Breve de la editorial Seix-Barral, que como bien sostiene Miguel D. Mena, era una especie de Nobel para las letras hispanoamericanas. 

En esta propuesta exegética de Rey Andújar, como bien sostiene Don Andrés L. Mateo, en el pequeño texto que sirve de contraportada, “era en cierto modo esperada, porque son muchos los que no han encontrado un universo de sentidos coherente para valorarla.” En efecto, Escalera para Electra es una novela que exige del lector un cierto bagaje intelectual previo, como el conocimiento de la mitología griega, de la historia dominicana y del psicoanálisis, así como, gran concentración para armar correctamente la trama que se presenta a modo de collage.

En Formas del Ascenso, Andújar pone en contexto toda la obra anterior del paso hacia la narrativa, iniciando por su tiempo en La Poesía Sorprendida (1943 – 1947), movimiento que se dio a conocer bajo la revista de nombre homónimo, y que se desarrolló en los tiempos en que el yugo y la ojeriza trujillista estaba en pleno apogeo; razón por la cual sus integrantes se vieron compelidos a utilizar un lenguaje hermético, y los recursos tropológicos del mismo. Y, como bien sostiene Rey, “(…) ante la precariedad del momento histórico, se busca un sistema que abarque realidad y sueño.”

Luego de decapitada la tiranía, la década (1961-1970) será regida por el caos y la inestabilidad política. Será en este lapsus donde Aída dará el salto hacia la narrativa, pero la revuelta situación social y política —golpe de Estado, guerra civil, intervención norteamericana y pseudo-democracia— llevará a Aída a valerse de la poética de la fragmentación. A lo que Rey sostiene “Esta estrategia teórica ofrece elementos precisos para elaborar en cuanto al paso definitivo de la poesía a la ficción en Cartagena Portalatín.”

En el exergo de Tablero Doce cuentos, de Cartagena Portalatín, la autora utiliza un pequeño texto de Mario Benedetti, el cual reza: ´´el mundo del subdesarrollo (…) debe crear no solo su ética de rebeldía, su moral de justicia, sino también proponer una auto-interpretación de su historia,…´´ de aquí se puede colegir como Escalera para Electra representa una re-construcción de la historia dominicana, donde se ilustran aspectos específicos de nuestra historia, como la intervención norteamericana de 1916 y de 1965, y de otros eventos históricos. Al respecto Andújar sostiene: “Resulta interesante, aunque no insólito, que Aída se haya decidido entonces por esta forma. La narrativa como posibilidad de plantearse vida nueva. (…) Escalera para Electra se escribe bajo el trauma encarnado en las intervenciones norteamericanas de 1916  y 1965.”

Escalera para Electra, se sirve del recurso de la intertextualidad o préstamo literario para recrear el mito de la casa de Atreo. Y de las Electra de los grandes poetas trágicos de la antigua Grecia, toma la de Eurípides. A lo que Rey agrega “A partir de la guerra del Peloponeso, Grecia entra en un proceso de caos y transición,…” Esto representa un paralelismo con el momento histórico dominicano post-tiranicidio. 

Aunque la novela se vale de la tragedia de Eurípides para resaltar la recreación, agrega Andújar “en mucho se aleja del mito”. En efecto, en la Electra de Eurípides, tras cometer el asesinato (Orestes y Electra), los dos matadores, reaparecen en la escena. Pero no traen aire de triunfo, ni el coro los recibe con encomios, lejos de eso. Llegan vacilantes, y caen en un verdadero trance de remordimiento. En cambio, en Escalera Swain y Ramón César, cometen el crimen sin el menor asomo de arrepentimiento, al contrario Swain lo torna más alevoso aún al arrogar un escupitajo al cadáver de Rosaura. Es en este agravante donde a mi entender, reside la intención comunicante de la mocana Cartagena Portalatín.

En esencia, Formas del Ascenso de Rey Andújar, propone la escritura de la novela como una herramienta de vuelo: espacio en donde el mito se recrea y fortalece, exagerando las formas clásicas de la violencia. Y concluyendo junto con Rey, en donde la literatura prevalece en forma de ascenso, elevándose al “lenguaje viviente que es el arte, el amor y la amistad.” Mediante la reescritura del mito, Aída demuestra que escribir es el bello hábito de repetirse y elevarse en los demás.


Ensayo del administrador

viernes, 22 de marzo de 2024

 El astrolabio



En griego clásico, astro significa «estrella» y labio se traduce por «el que busca», así que un astrolabio es un buscador de estrellas. Se trata de un artilugio mecánico pensado para reproducir el aparentemente complicado movimiento de los objetos celestes. Se basa, en esencia, en la proyección estereográfica de la esfera celeste, solo que no se tomaba como centro de proyección un polo —que es la proyección conforme matemáticamente aceptada hoy día—, sino el observador; como es natural, el astrolabio se limitaba a describir la situación y movimiento de los astros de un solo hemisferio, el del observador.

El movimiento astral que se observa en tres dimensiones se proyecta en el plano del astrolabio, de dimensión dos. Si se desea tener a mano las tres dimensiones hay que recurrir a la esfera armilar y a artilugios semejantes, auténticas réplicas de la esfera celeste. No entraremos a discutir en detalle las tripas y el funcionamiento de un astrolabio, pues podría llevarnos horas y sería una tarea por completo inútil si no se tienen los conocimientos astronómicos previos suficientes. Lo ideó alguien, no se sabe con certeza quién, pero los fundamentos teóricos los puso Ptolomeo.



El aparato se fue complicando hasta llegar, bastante perfeccionado, a las manos de Teón. Un alumno de Hipatia, Sinesio, expone en una carta que esta le ayudó a construir y comprender el funcionamiento de un astrolabio. El astrolabio lleva una argolla que permite colgarlo verticalmente y tomar medidas con él. Sin ánimo de describirlo por completo y simplificando un poco, digamos que un astrolabio consiste en un disco circular o placa madre (se habla de uno de Tycho Brahe que llegó a medir tres metros) con un borde o limbo graduado. Por un lado la placa tiene una regla o alidada con la que se miden los ángulos sobre el horizonte. El otro lado, llamado faz, contiene a su vez dos placas circulares, ambas con graduación y marcas especiales: son el tímpano (que es específico de cada latitud) y la araña o red; este último círculo es giratorio. Es frecuente que en esta cara figure también una regla.



Apoyándose en las medidas y las marcas previas es posible —pero complicado— determinar la hora solar, la hora de salida de las estrellas, la posición de un objeto (por ejemplo, un planeta) y hacer otras cosas prácticas, como medir distancias.
📖#Fuente


"Mujeres matemáticas"
Joaquín Navarro



jueves, 21 de marzo de 2024



La Poesía es así. «Poesía es todo aquello que se queda fuera una vez que uno ha definido la Poesía», dijo un espíritu sagaz; y es bien cierto. Porque sólo se define aquello que, en una u otra forma, es admitido en los cuadros lógicos del pensar, en las categorías. Y ya sabe usted que la Poesía salta alegremente por encima de la lógica («este perro es un arco iris», «mi alma es un trocito de campana», etc.) y sólo admite ser intuida, aprehendida con todo el ser en una vivencia a-lógica, mágica si usted quiere. (Otra frase sagaz: «La metáfora es una forma mágica del principio de identidad»; es decir que si ese principio –base de la Lógica– se expresa: A es A, la Poesía dice: A es B… ¡y qué bonito queda!)    

Por eso –final sentencioso y moral– no se debe ir a la Poesía con el diccionario en la mano, sino envuelto en la más radiante inocencia de corazón.    


Julio Cortázar
Cartas 1937-1954 




martes, 19 de marzo de 2024

 Batalla de Azua (19 de marzo 1844)



Tan pronto llegaron las noticias a Territorio haitiano, de que se proclamó La Independencia en febrero de 1844 y de que ondeaba una bandera que no era la haitiana, el gobierno vecino, se puso en movimiento. 

El presidente Charles Riviére Hérard, se dispuso a iniciar un movimiento para “restablecer el orden”. Preparó un ejército con 30000 hombres, armados con una artillería de obuses y piezas de grueso calibre. Dividió sus ejércitos en tres grupos: el primer grupo, bajo su mando, en el Centro; el segundo a la derecha, bajo las órdenes del general Suoffront y el tercer grupo estaba al mando del General Pierrot, por el Norte. Todos convergerían en la ciudad de Santo Domingo, que era el punto más importante.



En el primer ataque, las tropas entran por San Juan y fueron rechazados por el cañón de Francisco Doñé, la fusilería de Lucas Díaz, Juan E. Ceara y José Del C. García. Desalojan el río Jura. El mismo día 19 las tropas del jefe haitiano Tomás Héctor entran en Azua y el ataque es rechazado por los dominicanos. En el segundo, los haitianos atacan por el camino de los Conucos a los dominicanos, allí fueron enfrentados por Matías de Vargas, José Leger y Feliciano Martínez. En el tercer ataque, el ejército haitiano se tropieza con las tropas de Duvergé, los fusileros de Nicolás Mañón los rechazan en el Cerro de Risolí. El ataque provocó la huida de nuevo hacia el río Jura.  

Esta memorable batalla, se inició a las 7:30 de la mañana. El éxito fundamental de Santana se basó en las estrategias de retrasar, hostigar y alejar al enemigo de los lugares donde pusieran encontrar provisiones para mantenerse en el campo de batalla. Además, el terreno inhóspito e inaccesible los hizo huir acorralándose hacia el río Jura, sufriendo una gran derrota.  

De acuerdo al historiador Jean Price Mars en su libro: “La República de Haití y la República Dominicana”, Tomo II, pág. 7, para referirse a esta derrota expresa: “(…) no basta para asegurar la victoria de un ejército un gran número de hombres, lo que cuenta además es el buen ánimo del combatiente y su sentimiento íntimo respecto al valor de la causa por la cual se le pide que derrame su sangre y dé su vida.” 

Con ello, quiso significar que en las tropas dominicanas influyó mucho el ánimo de defender el suelo Patrio. 
📖#Fuente


"En defensa de la independencia", El Siglo, Eleanor Grimaldi Silié




lunes, 18 de marzo de 2024

 El viaje en globo



Creía haber leído todos los libros de Jorge Luis Borges —algunos, varias veces—, pero hace poco encontré en una librería de lance uno que desconocía: Atlas, escrito en colaboración con María Kodama y publicado por Sudamericana en 1984. Es un libro de fotos y notas de viaje y en la portada aparece la pareja dando un paseo en globo sobre los viñedos de Napa Valley, en California.

Las notas, acompañadas de fotografías, fueron escritas, la gran mayoría al menos, en los dos o tres años anteriores a la publicación. Son muy breves, primero memorizadas y luego dictadas, como los poemas que escribió Borges en su última época. Siempre precisas e inteligentes, están plagadas de citas y referencias literarias, y hay en ellas sabiduría, ironía y una cultura tan vasta como la geografía de tres o cuatro continentes que el autor y la fotógrafa visitan en ese periodo (bajan y suben a los aviones, trenes y barcos sin cesar). Pero en ellas hay también —y esto no es nada frecuente en Borges— alegría, exaltación, contento de la vida. Son las notas de un hombre enamorado. Las escribió entre los 83 y los 85 años, después de haber perdido la vista hacía varias décadas y, por lo tanto, cuando era incapaz de ver con los ojos los lugares que visitaba: sólo podía hacerlo ya con la imaginación.

Nadie diría que quien las escribe es un octogenario invidente, porque ellas transpiran un entusiasmo febril y juvenil por todo aquello que toca y que pisa, y su autor se permite a veces los disfuerzos y gracejerías de un muchachito al que la chica del barrio, de quien estaba prendado, acaba de darle el sí. La explicación es que María Kodama, la frágil, discreta y misteriosa muchacha argentino-japonesa, su exalumna de anglosajón y de las sagas nórdicas, por fin lo ha aceptado y el anciano escribidor goza, por primera vez en la vida sin duda, de un amor correspondido.

Esto puede parecer chismografía morbosa, pero no lo es; la vida sentimental de Borges, a juzgar por las cuatro biografías que he leído de él —las de Rodríguez Monegal, María Esther Vázquez, Horacio Salas y, sobre todo, la de Edwin Williamson, la más completa— fue un puro desastre, una frustración tras otra. Se enamoraba por lo general de mujeres cultas e inteligentes, como Norah Lange y su hermana Haydée, Estela Canto, Cecilia Ingenieros, Margarita Guerrero y algunas otras, que lo aceptaban como amigo pero, apenas descubrían su amor, lo mantenían a distancia y, más pronto o más tarde, lo largaban. Sólo Estela Canto estuvo dispuesta a llevar las cosas a una intimidad mayor pero, en ese caso, fue Borges el que escurrió el bulto. Se diría que era el juego de sombras lo que le atraía en el amor: amagarlo, no concretarlo. Sólo en sus años finales, gracias a María Kodama, tuvo una relación sentimental que parece haber sido estable, intensa, formal, de compenetración intelectual recíproca, algo que a Borges le hizo descubrir un aspecto de la vida del que hasta entonces, según su terminología, había sido privado.

Todo lo relacionado con el sexo habría resultado inquietante y peligroso hasta una edad avanzada

Alguna vez escribió: “Muchas cosas he leído y pocas he vivido”. Aunque no lo hubiera dicho, lo habríamos sabido leyendo sus cuentos y ensayos, de prosa hechicera, sutil inteligencia y soberbia cultura. Pero de una estremecedora falta de vitalidad, un mundo riquísimo en ideas y fantasías en el que los seres humanos parecen abstracciones, símbolos, alegorías, y en el que los sentidos, apetitos y toda forma de sensualidad han sido poco menos que abolidos; si el amor comparece, es intelectual y literario, casi siempre asexuado.

Las razones de esta privación pueden haber sido muchas. Williamson subraya como un hecho traumático en su vida una experiencia sexual que le impuso a Borges su padre, en Ginebra, enviándolo donde una prostituta para que conociera el amor físico. Él tenía ya diecinueve años y aquel intento fue un fiasco, algo que, según su biógrafo, repercutió gravemente sobre su vida futura. Desde entonces todo lo relacionado con el sexo habría sido para él algo inquietante, peligroso e incomprensible, un territorio que tuvo a distancia de lo que escribía. Y es verdad que en sus cuentos y poemas el sexo es una ausencia más que una presencia y que, cuando asoma, suele acompañarlo cierta angustia e incluso horror (“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”) Sólo a partir de Atlas (1984) y Los conjurados (1985), una colección de poemas (“De usted es este libro, María Kodama”, “En este libro están las cosas que siempre fueron suyas”), el amor físico aparece como una experiencia gozosa, enriquecedora de la vida.

Los psicoanalistas tienen un buen material —ya han abusado bastante de él— para analizar las relaciones de Borges con su madre, la temible doña Leonor Acevedo, descendiente de próceres, que —como cuenta en un libro autobiográfico Estela Canto, una de las novias frustradas de Borges— ejercía una vigilancia estrictísima sobre las relaciones sentimentales de su hijo, acabando con ellas de modo implacable si la dama en cuestión no se ajustaba a sus severísimas exigencias. Esta madre castradora habría anulado, o, por lo menos, frenado la vida sexual del hijo adorado. Doña Leonor fue factor decisivo en el matrimonio de Borges con doña Elsa Astete Millán en l967, que duró sólo tres años y fue un martirio de principio a fin para Borges, al extremo de inducirlo a terminar huyendo, como en las letras truculentas de un tango, de su cónyuge.

El rico mundo inventado por los maestros de la palabra escrita se llenó con María Kodama

Todo eso cambió en la última época de su vida, gracias a María Kodama. Muchos amigos y parientes de Borges la han atacado, acusándola de calculadora e interesada. ¡Qué injusticia! Yo creo que gracias a ella —basta para saberlo leer el precioso testimonio que es Atlas— Borges, octogenario, vivió unos años espléndidos, gozando no sólo con los libros, la poesía y las ideas, también con la cercanía de una mujer joven, bella y culta, con la que podía hablar de todo aquello que lo apasionaba y que, además, le hizo descubrir que la vida y los sentidos podían ser tanto o más excitantes que las aporías de Zenón, la filosofía de Schopenhauer, la máquina de pensar de Raimundo Lulio o la poesía de William Blake. Nunca hubiera podido escribir las notas de este libro sin haber vivido las maravillosas experiencias de que da cuenta Atlas.

Maravillosas y disparatadas, por cierto, como levantarse a las cuatro de la madrugada para treparse a un globo y pasear hora y media entre las nubes, a la intemperie, azotado por las corrientes de aire californianas, sin ver nada, o recorrer medio mundo para llegar a Egipto, coger un puñado de arena, aventarlo lejos y poder escribir: “Estoy modificando el Sáhara”. La pareja salta de Irlanda a Venecia, de Atenas a Ginebra, de Chile a Alemania, de Estambul a Nara, de Reikiavik a Deyá, y llega al laberinto de Creta donde, además de recordar al Minotauro, tiene la suerte de extraviarse, lo que permite a Borges citar una vez más a su dama: “En cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”. Cuando están recorriendo las islas del Tigre, en una de las cuales se suicidó Leopoldo Lugones, Borges recuerda “con una suerte de agridulce melancolía que todas las cosas del mundo me llevan a una cita o a un libro”. Eso era cierto, antes. En los últimos tiempos todo lo que hace, toca e imagina en este raudo, frenético trajín, lo acerca, a la vez que a la literatura, a su joven compañera. El rico mundo inventado por los grandes maestros de la palabra escrita se ha llenado para él, en el umbral de la muerte, de animación, ternura, buen humor y hasta pasión.

No mucho después, en 1986, en Ginebra, cuando Borges, ya muy enfermo, sintió que se moría, dijo a María Kodama que, después de todo, no era imposible que hubiera algo, más allá del final físico de una persona. Ella, muy práctica, le preguntó si quería que le llamara a un sacerdote. Él asintió, con una condición: que fueran dos, uno católico, en recuerdo de su madre, y un pastor protestante, en homenaje a su abuela inglesa y anglicana. Literatura y humor, hasta el último instante.


Mario Vargas Llosa
Artículo en: "El País"

sábado, 16 de marzo de 2024

La literatura es fuego


Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y “Cinco metros de poemas” de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, encerrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en humo, en viento, en nada, como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explotador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación.

Convoco aquí, esta noche, su furtiva silueta nocturna, para aguar mi propia fiesta, esta fiesta que han hecho posible, conjugados, la generosidad venezolana y el nombre ilustre de Rómulo Gallegos, porque la atribución a una novela mía del magnifico premio creado por el Instituo Nacional de Cultura y Bellas Artes como estímulo y desafío a los novelistas de lengua española y como homenaje a un gran creador americano, no sólo me llena de reconocimiento hacia Venezuela; también, y sobre todo, aumenta mi responsabilidad de escritor. Y el escritor, ya lo saben ustedes, es el eterno aguafiestas. El fantasma silencioso de Oquendo de Amat, instalado aquí, a mi lado, debe hacernos recordar a todos pero en especial a este peruano que usteddes arrebataron a su refugio del Valle del Canguro, en Londres, y trajeron a Caracas, y abrumaron de amistad y de honores el destino sombrío que ha sido, que es todavía en tantos casos, el de los creadores en América Latina. Es verdad que no todos nuestros escritores han sido probados al extremo de Oquendo de Amat; algunos consiguieron vencer la hostilidad, la indiferencia, el menosprecio de nuestros países por la literatura, y escribieron, publicaron y hasta fueron leídos. Es verdad que no todos pudieron ser matados de hambre, de olvido o de ridículo. Pero estos afortunados constituyen la excepción. Como regla general, el escritor latinoamericano ha vivido y escrito en condiciones excepcionalmente difíciles, porque nuestras sociedades habían montado un frío, casi perfecto mecanismo para desalentar y matar en él la vocación. Esa vocación, además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. ¿Cómo hubieran podido hacer de la literatura un destino excluyente, una militancia, quienes vivían rodeados de gentes que, en su mayoría, no sabían leer o no podían comprar libros, y en su minoría, no les daba la gana de leer? Sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido. Su vocación no era admirada por la sociedad, apenas tolerada; no le daba de vivir, hacía de él un productor disminuido y ad-honorem. El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal. Por eso nuestros escritores se han frustrado por docenas, y han desertado su vocación, o la han traicionado, sirviéndola a medias y a escondidas, sin porfía y sin rigor.

Pero es cierto que en los últimos años las cosas empiezan a cambiar. Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura. Los círculos de lectores comienzan a crecer, las burguesías descubren que los libros importan, que los escritores son algo más que locos benignos, que ellos tienen una función que cumplir entre los hombres. Pero entonces, a medida que comience a hacerse justicia el escritor latinoamericano, o más bien, a medida que comience a rectificarse la injusticia que ha pesado sobre él, una amenaza puede surgir, un peligro endiabladamente sutil. Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.

Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio y de mejora, aun cuando para ello daba emplear las armas más hirientes y nocivas. Es pretiso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.

La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros países como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas.

Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos.

Otorgándome este premio que agradezco profundamente, y que he aceptado porque estimo que no exige de mí ni la más leve sombra de compromiso ideológico, político o estético, y que otros escritores latinoamericanos con más obra y más méritos que yo, hubieron debido recibir en mi lugar pienso en el gran Onetti, por ejemplo, a quien América Latina no ha dado aún el reconocimiento que merece— demostrándome desde que pisé esta ciudad enlutada tanto afecto, tanta cordialidad. Venezuela ha hecho de mí un abrumado deudor. La única manera como puedo pagar esa deuda es siendo, en la medida de mis fuerzas, más fiel, más leal, a esta vocación de escritor que nunca sospeché me depararía una satisfacción tan grande como la de hoy.


Texto del discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos el 4 de Agosto de 1967 en Caracas.





 Reina del basural



Nuestro amor fue un sepulcro de lodo envenenado; nuestros corazones, antorcha que la lluvia no ha olvidado destrozar. Hoy te reinvento como se recuerda un cisne hundido en un estanque de cuervos, una reina que corriese por el basural descarriado con el pelo al viento. Hechos el uno contra el otro, no esperabas sino el desprecio que emerge del desamparo. Aun así, la vida nos reservaba una felicidad mayor que la impiedad: me enamoraste para destruir cualquier posibilidad de retorno, porque esperabas una porción de odio correspondido. Aun así, sobre el amor triunfamos: un día me largué para no regresar jamás, pero arribé a la estación de espantos que es el reencuentro y reías con el rencor acumulado de tus antiguos amantes. Allí supe adónde se dirige el olvido; entre espinas perfumadas comprendí que sobre el amor triunfamos. Mi reina del basural, amada enlodada de besos enloquecidos por la explosión de luz, acosada por el canto bestial de mis cuervos: espérame donde nadie nos importune, en el fondo del mar obcecado por las dunas silvestres, donde las flores artificiales desfallezcan, corazón apagado bajo el manto de una lluvia de estiércol.


Nan Chevalier
Del poemario: "Espectros Diurnos"